¿Qué pasa cuando entras en una relación donde una de las partes no está emocionalmente disponible para el amor? Hoy me gustaría que reflexionáramos juntas sobre cómo a veces aceptamos un amor a medio gas, simplemente por miedo a estar solas, por baja autoestima o por carencias afectivas no resueltas. Aceptar este rol es más común de lo que parece (sobre todo en mujeres, aunque a los hombres también les pasa), y es fundamental aprender a detectar cuando alguien no está emocionalmente disponible para ti, para no invertir tiempo ni energía en convertirte en la “tirita emocional” de nadie. ¿Alguna vez te metiste en una relación sin estar lista… o sabiendo que la otra persona no lo estaba?
Si nunca habías escuchado el término “novia tirita”, te lo explico de forma sencilla: es esa pareja de transición que llega cuando alguien aún está atravesando un duelo emocional por una ruptura reciente, y se posiciona como la nueva elección. Pero en realidad no lo es (¿alguna vez has visto el meme de la balsa que dice que algunas personas son el camino, no el destino? Pues va por ahí). No se trata de una decisión hecha desde la libertad afectiva, sino desde el dolor, la nostalgia, el vacío y la necesidad de no estar solo. Esta nueva pareja ofrece contención, acompañamiento, consuelo, entrega y soporte emocional, pero no es un vínculo construido desde la conexión auténtica, sino desde la necesidad. No hay deseo pleno, hay alivio. No hay amor, hay anestesia. Una tirita.
Ya sabes que me gusta explicar los conceptos complejos con historias que me ayudan a que los veas con más claridad. En este caso, te pondré como ejemplo a Sara y Bruno. Sara, con 17 años, está en segundo de Bachillerato, y Bruno, con 15, está en 4º de la ESO. Ambos centros educativos están justo en frente, por lo que es muy común que, entre hermanos y vecinos, se conozcan personas de ambos institutos. Sara debía coger un bus desde el otro lado de la ciudad todos los días para ir a clase, y Bruno, que vivía en una residencia cerca de esa zona, se encontraba con ella cada mañana en la parada.
Bruno había tenido una relación de dos años con su primera novia de instituto: Sabrina. Estaba devastado, pues había estado profundamente enamorado de ella, pero descubrió que lo había engañado con un chico del Bachillerato. Le rompió el corazón. Todos los días se encontraba con Sara en la parada. No le llamaba especialmente la atención, pero sí notaba cómo ella lo miraba. Ambos, al ser adolescentes, tenían problemas de autoestima y aceptación.
Sara, que no tenía un cuerpo delgado, se sentía como la fea del grupo. Sentía que nadie la elegía. Era una chica pelirroja, un poco patosita, no sabía vestirse muy bien, pero siempre tenía una sonrisa en el rostro. Te hacía sentir reconfortado en su presencia. Bruno, por su parte, era un chico promedio. Un poco desastroso con su forma de vestir, pero eso era parte de su encanto. No destacaba especialmente por su belleza, pero tenía un gran sentido del humor, así que las chicas se sentían cómodas con él. Sin embargo, era muy tímido. Pasaba mucho tiempo jugando a los videojuegos, y estar con chicas no era su prioridad. Aunque, claro, seguía profundamente dolido por la traición de Sabrina.
Aunque a Bruno le encantaban los videojuegos, también era muy buen alumno. Así que un día se apuntó a un club de debates que compartía integrantes tanto de la ESO como del Bachillerato, por lo que podía coincidir con personas nuevas. Esto lo animó enormemente, así que se inscribió sin pensarlo. Justamente, en ese mismo grupo estaba Sara. Ella lo veía cada mañana en la parada, pero nunca se había atrevido a acercarse. Esperaba que fuera él quien diera el paso.
Al final del curso, el grupo de debate organizó una reunión especial y se fueron de fiesta. Esa noche, Bruno bebió un poco. Nunca había bebido antes, y lo primero que le vino a la mente fue su ex: Sabrina. Se sintió disperso, entre triste y desorientado, así que decidió animarse a bailar para despejarse. La única que estaba libre en ese momento era Sara. A él no le atraía especialmente, pero sabía cómo ella lo miraba. Se sentía solo y quería pasarlo bien. Así que la sacó a bailar.
Sara se presentó dispuesta y estuvieron bailando durante horas. Al estar un poco bebido y aún despechado, Bruno le dio un beso. Para Sara, que ya sentía una atracción silenciosa por él, aquello fue un antes y un después: quedó completamente ilusionada con esa interacción. Al salir del lugar, y justo antes de despedirse, Sara le soltó una frase que, sin saberlo, cambiaría el rumbo de Bruno por un buen tiempo: “Seguramente después de esta noche no me vas a llamar.”
Esa frase final que Sara le lanza antes de despedirse no es solo una expresión de inseguridad. Es una forma de manipulación emocional sutil, casi invisible. Ella no está preguntando ni se está protegiendo: está colocando sobre él la responsabilidad de no hacerle daño. Es una frase que activa la culpa, especialmente en alguien como Bruno, que ya está emocionalmente roto. Y aquí entra una de las dinámicas más peligrosas: cuando una persona está vulnerable, herida o confusa, le cuesta mucho soltar o apartar a alguien por miedo a lastimar.
No quiere dañar más, no quiere parecer insensible. Y ahí, sin saber cómo, termina enredado en un vínculo que nunca eligió conscientemente. Lo que Sara hace, sin malicia directa pero desde su propia necesidad, es dejarle claro a Bruno que si se aleja, la va a romper aún más. Y ese peso emocional es injusto, porque pone sobre el otro la culpa de no corresponder a un amor que nunca pidió. La serie “Mi bebé reno” es un ejemplo perfecto de cómo alguien puede hacerse toda una historia contigo… sin que tú realmente le hayas dicho que sí.
Lo que estamos viendo es el inicio silencioso (pero muy común) de una dinámica emocional desigual. El famoso caso de la novia tirita. Esa que entra en la vida del otro no porque haya un deseo genuino, sino porque hay una herida abierta… y ella, desde su propia carencia, se ofrece a curarla.
Bruno, como tantos otros, no está emocionalmente disponible. Viene de una ruptura dolorosa, está lleno de dudas, se siente traicionado. Y aunque se ve funcional, no está entero. No busca amar ni conectar: busca olvidar. Lo que quiere es una distracción, un parche, algo que le tape por un rato la herida. Y en ese contexto aparece Sara. No como un amor nuevo, sino como una presencia amable, constante, segura. Una que lo escucha, lo acompaña, lo mira con ternura... pero que él no eligió.
Bruno consumido por la culpa la vuelve a contactar y comienzan a salir oficialmente. Sara, que no sabe nada sobre él, cree que su interacción fue genuina, así que su corazón se rompe un poco cuando él le confiesa lo enamorado que estaba de su ex, y cómo ésta lo había engañado con otro. Sara se muestra comprensiva, se ofrece como apoyo emocional para Bruno, quien, movido por el dolor, empieza a verla con otros ojos. Comienza a sentir ternura, afecto, incluso cariño verdadero. Pero hay una trampa aquí: Bruno no estaba enamorado. Estaba despechado. Lo que sintió en ese momento fue confort y contención, no conexión real. Necesitaba hacer el duelo.
Además, como seguía estudiando en la misma clase con su ex, se encontraba con Sara y se daban besos públicos en los pasillos del instituto para darle celos a Sabrina. Sara notaba que Sabrina pasaba, pero estuvo de acuerdo en todo momento con dejarse usar para darle celos a otra chica. Incluso disfrutaba del juego: yo gané, yo me lo quedé. Y ojo, nada de esto era con mala intención por parte de ella. Era simplemente el resultado de sus propias carencias y de una autoestima herida que proyectaba su inseguridad en otra chica.
Pero lo que Sara no estaba viendo es que no estaba siendo elegida desde el amor, sino desde el dolor. Y esa es una diferencia que lo cambia todo. ¿Cómo funciona, a la larga, una relación que comenzó con manipulaciones emocionales y con sentimientos orientados hacia una tercera persona? Y es que muchas veces confundimos compañía con conexión, y validación con amor.
Sara empieza a dar sin que nadie le pida, a entregarse sin condiciones esperando algo a cambio: que la quieran, que la elijan, que la salven de esa sensación de ser invisible. Le basta con un gesto, una señal ambigua, una noche de copas y un beso. Y lo interpreta como un inicio épico cuando, en realidad, fue solo una distracción emocional para él. Pero ahí está la trampa: en pensar que si lo cuido lo suficiente, si aguanto lo suficiente, si me quedo lo suficiente... algún día me elegirá.
Socialmente a muchas mujeres se nos ha enseñado que el amor se construye a base de sacrificio. Que si te quedas cuando todas se van, ganas. Que si sostienes a un hombre roto, él te recompensará con amor. Pero eso no es amor. Es deuda emocional. Y una relación que empieza desde la deuda ya está condenada al fracaso.
Sara no fue elegida. Fue permitida. Y eso no es lo mismo. Lo que está ocurriendo aquí, aunque parezca tierno o inocente, es una entrega emocional no correspondida. Y eso, con el tiempo, duele más que la soledad que tanto se quiso evitar.
El arquetipo de la novia tirita es funcional al sistema patriarcal porque normaliza que las mujeres acepten relaciones a medio gas, esperando migajas con la esperanza de una promesa que nunca llega. Y lo más jodido: cuando finalmente él se recompone y se va, muchas veces lo hace por fin con otra mujer, una que no tuvo que sanar nada, ni esperar nada, ni adaptarse a nada. Solo apareció, y fue elegida. Eso no es injusticia. Eso es información. Porque el amor real no se gesta en la pena, se gesta en la elección.
Con el tiempo, Sara y Bruno siguieron juntos. Ella le acompañó durante el Bachillerato: siempre presente, siempre disponible. Por miedo a perderlo, Sara adoptó una actitud sumisa, intentando ser “la correcta” para él. Sabía, en el fondo, que Bruno nunca la había elegido desde el deseo libre, sino desde el dolor. Aún así, se quedó, convencida de que si era lo bastante paciente, si no exigía demasiado, si se amoldaba lo suficiente… él acabaría amándola. Irónico que creyera haber ganado, cuando en realidad nunca fue elegida del todo.
Pero lo realmente doloroso fue lo que le pasó a Bruno: estuvo atrapado en una relación con alguien que nunca le atrajo, pero de la que no supo cómo salir. Este tipo de vínculos se sienten más como una cárcel de contención emocional que como una verdadera relación de pareja. Y no porque Sara fuera mala persona o una pareja tóxica, en absoluto. Pero tener que besarla, tocarla o acariciarla cuando no le gustaba fue un suplicio que tuvo que aguantar por no saber irse de donde no era feliz.
Bruno, al ser un chico sensible, no supo cortar en seco sin sentirse un cabrón. Por eso se quedó. Por eso lo permitió. Por eso, incluso después de haber tenido claro que no estaba enamorado, siguió alimentando una relación que sabía que no era verdadera para él.
Él acababa de salir de una relación. La ruptura fue muy dolorosa, con infidelidad incluida. Esto hizo que se encontrara emocionalmente devastado, aunque por fuera siguiera yendo a clases, siendo buen estudiante y jugando a los videojuegos. Estas experiencias afectan profundamente la autoestima: nos hacen sentir menos valiosos, insuficientes y (a causa del dolor) rotos por dentro. Y en ese estado emocional, Bruno no estaba disponible para conectar, ni para elegir con claridad. Lo que le pasó esa noche fue profundamente humano: confundió conexión con consuelo.
La sacó a bailar porque podía, no porque quería. Le dio un beso porque necesitaba afecto, no porque hubiese deseo genuino. Y al final de la noche, cuando ella le lanzó la frase manipuladora (“seguro no me vas a llamar”), Bruno sintió culpa. Y esa culpa, en su cabeza emocionalmente frágil, se convirtió en compromiso.
En vez de sentirse atraído por ella, sintió una deuda emocional. Ella lo eligió cuando estaba roto. Fue incondicional, disponible, tierna y constante. ¿Cómo romper con alguien que está 100% disponible para ti sin sentirte una mala persona? Ese dilema lo dejó atrapado. Cada vez que intentaba alejarse, le dolía pensar que podía romperla. Sentía que ella, al ser tan tierna y complaciente, era frágil. Así que se convenció de que la quería. Que debía quererla.
Pero no era solo por ella. Había otra razón, mucho más silenciosa pero igual de poderosa: Bruno no solo tenía miedo de romperle el corazón, también temía convertirse en el malo de la historia. Sabía (aunque no pudiera explicarlo con palabras) que si se atrevía a decirle que no estaba enamorado, ella no se quedaría en silencio. Lo contaría a todos en el instituto. Y lo contaría desde su herida, no desde los hechos. El problema no era la verdad, sino la narrativa que ella construiría a partir de la ruptura. Y en ese relato, él sería el cabrón, el insensible, el que la usó. Aunque no fuera cierto. Aunque nunca la hubiera elegido desde el deseo real. Y, ¿por qué? Porque la balanza del relato siempre se inclina hacia quien sabe victimizarse mejor.
Bruno era un chico noble. Y como muchos chicos nobles, aprendió por las malas que algunas personas no necesitan manipularte abiertamente: les basta con parecer frágiles. Porque en esa aparente fragilidad hay poder. Ella no lo chantajeó. Pero él ya sentía culpa antes siquiera de liberarse. Así que se quedó. Por lástima. Por miedo. Por culpa. En silencio. Atrapado en una red de ternura forzada. En una relación que no quería vivir, pero que no sabía cómo abandonar sin que el mundo lo mirara como un cabrón.
¿Y cómo se manifestó esto en su relación? En un vínculo sin pasión, sin deseo ni crecimiento. Solo existía la rutina, los entornos en común, y la amistad y el cariño que se tenían. Compartían el gusto por los videojuegos, ella le ayudaba con algunas materias del bachillerato… pero no había magia ni emoción. Solo inercia y culpa. Así es como se vive una relación cuando no eres la protagonista, o cuando el inicio no fue el adecuado.
A la mañana siguiente de la noche en que salieron a bailar, Bruno se despertó con culpa y Sara con ilusión. ¿Eso qué te dice? Que para estar con alguien que no quiere estar contigo, mejor conservar tu dignidad y tu amor propio, y quedarte sola si hace falta.
Pretender que curar el corazón roto de alguien nos dará el derecho a su amor es la mentira más cruel que te puedes decir a ti misma. Es falta de amor propio. Es una autoestima herida que prefiere un amor a medias antes que esperar un amor real.
Y ya ni te digo retenerlo a través de la culpa, o hacerse la chiquita para que él no pueda irse sin hacerlo sentir un villano… es una violencia emocional pasiva que muchas mujeres ejercen, pero que socialmente se camufla bajo la etiqueta de “incondicionalidad”.
¿No habría sido mejor que Sara siguiera su camino cuando se enteró de que Bruno aún estaba roto? Eso le habría ahorrado convertirse en la verduga emocional de un chico que nunca la eligió. Que no la deseaba. Que la tocaba con una mezcla de asco y obligación. ¿Y todo para qué? Al final, Bruno se graduó del bachillerato y se fue a estudiar al extranjero. Allí se enamoró de verdad y eligió con consciencia. Porque ya sabía lo que no quería.
Sara quedó relegada al papel de ex incómoda: útil, práctica, pero nada más que una tirita emocional. Y lo malo de las tiritas es que, cuando se quedan pegadas a la piel demasiado tiempo… se pudren.
Todas merecemos ser amadas tal cual somos. Merecemos ser elegidas con conciencia, con amor, con deseo y con verdad. No por comodidad, ni por necesidad, y menos aún por despecho. Amar empieza por amarse a una misma primero. Viendo la película Ventajas de ser invisible me quedó grabada una frase que se volvió meme: “Aceptamos el amor que creemos merecer”. Eso es pura realidad. Por eso, a veces tenemos que atravesar relaciones donde somos la “novia tirita” o el “herido”, para aprender quiénes somos y qué tipo de vida y compañía realmente queremos.
No he estado en una relación como novia tirita, pero sí me he sentido invisibilizada, menospreciada o no querida como yo necesitaba. ¿Y sabes qué hice en todas las ocasiones en que me sentí así? Me fui. No por miedo, porque mucha gente dice que tienes que “trabajar” la relación y no “renunciar” a ella, sino por amor propio. Lo importante es preguntarte: ¿esta persona me hace sentir deseada, amada y valorada al final del día? ¿Sí? Entonces estás en el lugar correcto. ¿No? Entonces quizás no estás donde mereces estar.
Espero que este post te haya hecho pensar para bien. Y, quizás si lo necesitabas, abrir lo ojos. Mi intención es que tengas herramientas emocionales para que cuando te sientas una novia tirita, sepas que más vale estar sola y feliz que triste y acompañada.
¡Nos leemos en el próximo post!❤️🩹🩹
Fuentes para esta entrada:
https://mensactiva.com/psicologos/relacion-rebote/
https://www.vogue.es/articulos/rupturas-amorosas-relacion-tirita-rehacer-vida
Bravo 👍
ResponderBorrarMuchas gracias!! ❤️
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