Esta semana quería escribir algo más picante, porque vengo de temas muy emocionales y reflexivos (y puede que hasta un poco filosóficos). Pero cuando algo se te mete en la cabeza, no hay manera de hacer otra cosa que eso que se ha instalado ahí sin pagar alquiler (las artistas de la audiencia me entenderán). Así que me disculpo contigo, lectora semanal, si sientes que estoy escribiendo mucha palabra y poca carne, pero yo escribo lo que siento. Y ahora mismo siento miedo. ¿Te has dado cuenta de que los movimientos conservadores y machistas (además de misóginos) están ganando muchísima fuerza en redes sociales y entre la gente joven? Pues yo no había caído en eso hasta hace muy poco. ¿Qué está pasando con la derecha extrema?
Verás, lo malo de las redes es que al final la información que consumes está filtrada por tus gustos, tus ideologías, las personas de tu entorno... ¿Y qué pasa con todo lo que no ves? ¿Qué tanta fuerza tienen los discursos que no apoyas o que rechazas abiertamente? Como siempre digo: para todo en internet hay un público. Y, lamentablemente, esto es más grande de lo que me había imaginado.
Estos días estuve navegando un poco por TikTok (cosa que no suelo hacer, pues cuando entras ahí pierdes la noción del tiempo) y me topé con algo que me sorprendió y me indignó a partes iguales: una mujer adulta (entre sus cuarenta o cincuenta años) gritándole e imponiéndole sus ideas a una chica mucho más joven y con menos tenacidad oral que ella. Vamos, una tiburona comiéndose a un pececillo.
Lo que más me irritó fue que el formato se presentaba como un debate entre ideologías: la derecha (los conservadores, la iglesia, la defensa de la familia tradicional) contra la izquierda (los derechos de la mujer, la igualdad de género, la defensa de la comunidad LGTBQ+). Pero no es un debate realmente, es una ejecución pública. Me recordó a la Inquisición de la Edad Media, pero en versión 2.0: las brujas ahora se llaman feministas, y el fuego de la hoguera es la humillación digital.
No hay diálogo, solo imposición de ideas. Los argumentos son sesgados y hasta falsos. No las deja hablar. Cada vez que una de estas chicas presenta un argumento, aquella mujer la calla con contradicciones o prejuicios. ¡Ah! Pero si alguna se atreve a alzar la voz (porque claro, después de tanta provocación es normal que casi todas caigan) para defenderse, enseguida son tildadas de histéricas, agresivas o locas.
Esta mujer defiende a capa y espada el papel de la “mujer tradicional” (ya con ese nombre empezamos mal, porque seguimos romantizando una etapa de control total sobre la mujer y su cuerpo). Pero, ¿qué es una mujer tradicional? Pues aquella que se queda en casa cuidando al esposo, a los hijos y realizando las tareas y quehaceres del hogar. Sí, has leído bien: hay mujeres defendiendo esta postura. Y ojo, no porque esté mal (ya me dirás: “pero si la semana pasada defendiste el matrimonio”, y sí, lo hice, pero desde la consciencia. No tiene nada que ver), el problema es que están desviando el foco de la conversación.
Las mujeres que hablan desde esa posición, defendiendo esos “valores tradicionales”, no se dan cuenta de que lo hacen desde el privilegio. ¿Por qué? Porque una mujer que es feliz, con su esposo e hijos, es porque tiene un marido que la respeta, que no se impone, que no la maltrata, que no la humilla. Seguramente su esposo tiene una buena posición económica, por lo que no le falta nada y no necesita trabajar para que el dinero alcance. ¡Ah! Y no olvidemos otro detalle: son mujeres libres, que eligieron esa vida voluntariamente.
Pero, ¿qué pasa con las que no pueden elegir? ¿Con las que trabajan por necesidad o con las que ni siquiera pueden salir de casa sin permiso? Y ya ni te digo las que dependen económicamente de su marido y, aunque este las maltrate o controle, no les quedan más opciones: o se lo aguantan o tienen que vivir quién sabe dónde, haciendo quién sabe qué para sobrevivir (y más si ya es una mujer mayor; imagínate construir toda tu vida dependiendo de un hombre y que cuando tienes 40 te deje... ¿qué haces?). Es muy fácil hablar desde una posición privilegiada y de libertad, pero la libertad real solo existe para unas pocas, y eso no es libertad colectiva.
Y eso, hablando de este lado del mundo. Porque si nos vamos a los países árabes, donde la religión musulmana es predominante (y profundamente patriarcal), las mujeres directamente no son consideradas personas: son objetos de control, como lo sería un ganado o una mascota. ¿Ellas, en su mayoría, elegirían una vida tradicional? No. Estas TradWife (abreviatura de Traditional Wife, “esposa tradicional” en inglés) están defendiendo un rol que no es “tradicional”, es estructural. Es una forma de control sobre la mujer, porque si al final quieres quedarte en casa y “ser sumisa a él” (y te juro que la influencer usó esas palabras, como si ser sumisa fuera algo bueno o nutritivo para un ser humano que no lo ha elegido), lo haces tranquila porque no te controlan. Pero al final tu felicidad no está en tus manos, sino en las de quien te mantiene: tu esposo. ¿Y si te toca un esposo que te golpea, defenderías el rol en el hogar?
Lo peor de este movimiento (que, como te dije antes, está ganando mucha fuerza en redes sociales) es que culpa al feminismo de “destruir la familia” porque hay más divorcios. Lo acusan de “implantar ideas” que van en contra de lo femenino, de lo maternal. Quieren que las veamos como la “mejor opción” para una mujer, como el ideal femenino moralmente superior.
No se dan cuenta de lo más evidente: lo peligroso que es para nosotras depender de un hombre tanto económica, social y emocionalmente. Basta con mirar las cifras: en el mundo, millones de niñas son obligadas a casarse antes de los 18 años, muchas veces con hombres que las doblan en edad (muchas veces bajo pretextos o justificaciones religiosas). La violencia doméstica y el feminicidio sigue siendo una de las principales causas de muerte entre mujeres en todo el mundo. En muchos lugares, las leyes aún protegen más al agresor que a la víctima. Y si sumamos la presión sexual, el miedo a caminar solas, la culpa por disfrutar del deseo o por no querer ser madres, queda claro que no es solo una cuestión de “estilo de vida”. Es un sistema que mata, literal y simbólicamente.
Y claro, las mujeres que están en esta posición privilegiada de esposa por decisión propia, odian a las mujeres solteras que disfrutan de su sexualidad. La misma de la que te hablé antes juzga abiertamente la “promiscuidad” en las mujeres (disfraza que en los hombres también es malo, pero que en la mujer es peor). Juzga a las que usan Tinder (si se entera de que conocí a mi esposo en Tinder, le hará cortocircuito la cabeza), juzga a las que venden contenido, a las que se exponen en redes... en fin, a toda mujer libre que no sea “sumisa”, “discreta” o “esposa tradicional” como ella.
Pero claro, no es la única. Y lo que mucha gente no sabe es que detrás de muchísimos vídeos de mujeres vendiendo este “estilo de vida” hay hombres financiando, sugiriendo o incluso imponiendo este tipo de contenido. Ya sea por movimientos ideológicos como la extrema derecha o por religiones patriarcales, como las muchas que existen en Estados Unidos (país donde más eco está teniendo este movimiento tan peligrosamente retrógrado). ¿A quién le conviene más que la mujer esté en casa, ignorante y criando hijos? ¿A nosotras?
La trampa más clara aquí es la que se le ha inculcado a la mujer desde que es mujer: que necesita la validación masculina. En una sociedad donde las mujeres están cada vez más evolucionadas como género (pues ahora podemos estudiar, trabajar, poseer y hasta liderar), la validación masculina ha pasado a un segundo plano. Cada vez hay más mujeres con pensamiento crítico, cada vez hay más mujeres con posibilidades reales de cambiar las cosas. Y claro, también hay más mujeres en cargos de poder: alcaldesas, empresarias, jefas, presidentas.
Esto ha hecho que los movimientos incel y el machismo resurjan con fuerza. Los hombres están cada vez más solos. Pero, en lugar de preguntarse por qué, prefieren lo fácil: que las cosas vuelvan a ser como antes. Que “el pasado era mejor”, “antes había más valores”, etc. Pero lo que realmente quieren es recuperar el control sobre nuestro cuerpo, nuestras decisiones y nuestra vida. No quieren perder el dominio que han tenido sobre nosotras toda la historia. No nos quieren bien, nos quieren a su servicio.
Este fenómeno no es aislado ni nuevo; tiene nombre y comunidades enteras detrás. En redes se agrupa bajo etiquetas como el Tradwife Movement (movimiento de las esposas tradicionales), la cultura Stay-At-Home Wife o Stay-At-Home Mom, y hasta los más recientes femininity coaches o gurús de la “energía femenina”, que enseñan a las mujeres a “rendirse” ante los hombres como si fuera una estrategia espiritual. También están los movimientos religiosos como la Biblical Womanhood o la Christian Tradwife, que justifican la obediencia y la sumisión en nombre de la fe. Y, por supuesto, detrás de muchas de estas corrientes hay ecos del universo masculino del Red Pill o la manosphere, que alimentan con discurso pseudointelectual la idea de que las mujeres deben volver a su “rol natural”.
Y si además miramos el panorama político, vemos que los movimientos conservadores radicales están ganando mucha fuerza en Europa, Norteamérica y Latinoamérica. Y aunque siempre defiendo que cada país tiene su historia (por ejemplo: en Argentina odian a la derecha porque su dictadura vino de allí, en cambio, en mi país, Venezuela, nuestra dictadura —que aún está vigente— es de izquierdas), lo que realmente me preocupa es el radicalismo. Vivimos en una sociedad cada vez más polarizada. Se romantizan movimientos ideológicos sin conocer su fondo, solo porque gusta la forma en que se presentan. Pero, amiga, si tu esposo es bueno en casa contigo, te trata bien y con respeto, es gracias a la madre que tuvo: a una mujer que le educó a ser bueno con las mujeres… una mujer feminista.
Yo, por ejemplo, fui educada en una familia tradicional, con valores católicos y patriarcales. Pero, por suerte, mi madre hizo algo que no le enseñaron a ella (ni a mi abuela, ni a mi bisabuela… y así sucesivamente): me enseñó que debía ser independiente. Mi mamá, aunque siguió el modelo tradicional, no fue realmente feliz, así que nos dijo a mis hermanas y a mí que debíamos estudiar y ser autosuficientes. Y claro, aunque mi madre reforzó esos valores, también replicó otros del sistema (como la validación masculina, el buscar un esposo y tener hijos, el aprender a hacer las cosas no tanto por ti, sino para tu futura familia). Pero es normal. Si así te educan, obviamente lo vas a replicar. Pero… ¿y qué pasaría si nos enseñaran a ver la vida desde otro punto de vista?
Te preguntaré algo: ¿cuándo fue la primera vez que leíste un libro escrito por una mujer? Yo tenía 15 años, y no fue porque me lo recomendaran en el colegio, sino porque estaba de moda Crepúsculo, y la autora era mujer. Pero no leía libros de historia escritos por mujeres, ni de ciencia, ni de literatura. Si todo en la vida te lo cuentan desde la mirada masculina, ¿cómo vas a pensar que las mujeres son igual de valiosas?
Yo conocí el feminismo recién a los 20 años (y no fue gracias al colegio ni a la universidad), y todo porque en México y en Argentina esos movimientos estaban ganando fuerza. ¿Sabes qué pensé la primera vez que los vi? Que eran unas locas resentidas. Que ya éramos libres y que no eran necesarias. (Qué ingenua, ¿verdad?) Quién iba a decir que terminaría abriendo un blog de sexología femenina defendiendo los valores feministas. Pero eso es exactamente lo que pasa cuando descubres el punto de vista femenino: lo empiezas a defender.
A pesar de todo lo que esté pasando allá afuera, yo me aferro a una pequeña esperanza: las mujeres ya hemos alcanzado niveles nunca antes logrados a nivel social. Nunca habíamos tenido tanta libertad, educación y poder. Ya no podemos “bajarnos del burro” (como me gusta decir cuando ya no puedes cambiar de opinión). Hay que luchar si hace falta, pero con consciencia y con inteligencia.
Debemos dejar de enfrentarnos entre nosotras. La clave está en estar unidas. Y sí, puede parecerte el cliché más grande de todos, pero la verdad es tan simple como la vida: quienes nos la complicamos somos las personas. La libertad de elegir es lo que debemos defender: la que quiera ser esposa, o no; la que quiera trabajar, o no. Lo más importante es que podamos decidir qué queremos. Y que no solo sean unas pocas, que seamos todas.
¡Nos leemos en el próximo post!😉
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