¿Cuando fue la última vez que escuchaste la frase “energía femenina”? Porque yo últimamente demasiado. Y ojo, yo creo en las energías. El problema es que están usando el discurso de la espiritualidad con el fin adoctrinarnos. Es decir, para manipular. ¿Qué pasa cuando utilizan la espiritualidad como arma de control? ¿Cuantas veces te has sentido empujada a ciertos roles solo por que tus creencias te lo imponen? Esta semana vamos a explorar juntas esta nueva “tendencia energética” que, una vez más, nos impone estándares y roles a las mujeres donde la sumisión, la discreción, la disponibilidad, la maternidad, el sostener y nutrir son “las cualidades más importante de la energía femenina”. ¿Qué tan reales son estos discursos?
Hace un par de semanas te comenté que la extrema derecha se está colando (descaradamente) en las redes sociales y seduciendo a muchos (sobre todo a gente joven que no conoce en profundidad el pasado) con discursos Red Pill o de la manosphere que exaltan a “la mujer tradicional”. Elevando este modelo como "moralmente superior a la soltería". Pero no solo aparecen discursos dirigidos a los hombres: también existen movimientos aún más peligrosos que estos. Esos en los que encontramos a coaches espirituales o gurús de la energía femenina diciéndote cómo debes actuar y qué es lo que está “mal” en ti.
¿Te acuerdas que hace un tiempo hablamos de la energía sexual? Allí mencioné la feminidad y la masculinidad como energías complementarias (y realmente lo creo). Pero la energía femenina no es solo lo que la sociedad, o el patriarcado (para ser más específica), nos dice que es. Están utilizando el discurso de la energía femenina como excusa para controlar nuestras vidas, nuestros cuerpos y nuestras decisiones. Es un rebranding del machismo espiritual. Como las iglesias tradicionales están cada vez más vacías de gente joven, recurren a estos espacios donde ya no hay un Dios… pero sí una energía que debes cultivar y que te indica cómo debes comportarte contigo misma y con los demás (Como dicen en mi país: el mismo indio con diferente guayuco).
Me he tropezado con vídeos que dicen: “tips para elevar tu energía femenina” o “cómo activar o potenciar tu energía femenina”. Los infomerciales no dejaron de existir: solo cambiaron de formato. Y, claro, todos los vídeos tienen algo en común: le dicen a las mujeres cómo deben ser. Y aunque no rechazo todo lo que dicen (hay ciertos puntos con los que coincido) está todo demasiado desviado del foco. Han reducido la energía femenina a la apariencia, al rol de compañera, a la sumisión y al agradecimiento eterno.
También me he topado con frases como: “la energía femenina es emocional e intuitiva”, “la energía de la mujer es la de recibir y la de sentir”, o la que más risa me dio: “un día me cansé de ser la fuerte, la que puede con todo, y ahí empezó mi transformación”. ¿Perdón? ¿En qué momento empezamos a normalizar la idea de que las mujeres son menos capaces, más débiles o necesitadas de cuidados? Lo peligroso de estos discursos es que suenan bonito. Te invitan a sentirte mejor contigo misma aceptando tu “energía” y nutriéndola… Claro, dicho así parece inofensivo. Pero el mensaje detrás es otro: acepta tu rol para encajar mejor en lo que el patriarcado desea.
Te voy a resumir los puntos y argumentos más comunes en este tipo de discursos, y vamos a ir desgranándolos para que puedas ver cuál es el mensaje detrás de esas palabras bonitas, para que no caigas en sus cuentos ni, mucho menos, termines pagando cursos o convenciones para que te digan lo siguiente:
1 — Recibir. Aquí se enfrascan bastante. Muchos de los discursos que encontré repetían lo mismo: “una mujer con su energía femenina equilibrada no rechaza, sino que recibe. Acepta los halagos, los regalos y la ayuda de los demás.” Todo esto envuelto bajo la frase “no tienes que ser la fuerte todo el tiempo”. Te dicen que si te cuesta aceptar algo es porque “no te sientes merecedora”, como si fuera cuestión de ego. ¿No será más bien desconfianza legítima? Si lees entre líneas, te das cuenta de que están criticando la figura de la mujer independiente, pero sin hacerlo de forma explícita. Te explican que recibir es “alinearte con tu energía femenina”, y claro, siempre con una sonrisa.
Y vale, suena bonito. El mensaje, aislado, no es malo. Pero no matiza. Y cuando colocan a la mujer que cumple con estos estándares como moralmente superior, el discurso deja de ser espiritual para volverse normativo. No todas nos sentimos identificadas con esa estética. Y si afinamos el bisturí, vemos que realmente lo que se está cuestionando es:
a) El carácter femenino. En estos espacios, energía femenina equivale a calma, dulzura, empatía, gratitud. Recibir se vuelve excusa para invadir. ¿Por qué tengo que ser buena todo el tiempo? ¿Por qué no puedo enfadarme? ¿Por qué debo aceptar todo lo que me ofrecen solo porque “es bonito” o “viene con amor”? No puedes alzar la voz; siempre debes ser dulce y complaciente. Tener carácter “es de mujeres amargadas”, como si las emociones incómodas estuvieran prohibidas para nosotras. ¿Acaso no puedo gritar de rabia cuando estoy frustrada? ¿Acaso no puedo enfadarme y decir palabrotas? ¿Por qué tenemos que seguir justificando nuestra ira para no incomodar?
b) Los límites. Este es el enemigo número uno del misticismo patriarcal: los límites femeninos. El discurso del recibir funciona solo si tú no dices no. ¿Desde cuándo recibir ayuda no pedida es virtud? ¿Debo aceptar halagos de cualquiera solo porque “fueron respetuosos”? Si pongo límites tengo “energía masculina”, por lo tanto, debo equilibrar. “Una mujer debe ser femenina…” incluso cuando no le apetece.
c) No recibir obsequios sin conocer las intenciones reales. Quizá pienses que aquí estoy exagerando o sacándolo de contexto, pero no lo es. Hace muchos años le dije a un amigo: “que algo no te pase a ti no significa que no sea real”. Muchas mujeres aceptan regalos por amabilidad, por educación o simplemente para no parecer “amargadas”, y ese gesto (aparentemente inocente) a menudo abre una puerta peligrosa. Hay hombres que interpretan el recibir como un sí silencioso. Como permiso. Como invitación. Puede ser algo tan simple como un detalle insistente o tan grave como aceptar un trago adulterado. Una mujer puede terminar expuesta, acosada u obsesionada por alguien que leyó ese recibir como algo más.
Y ojo, sé que hay mujeres a quienes estas dinámicas les gustan, disfrutan el juego, manejan el terreno. Pero te aseguro que no es la mayoría. Muchas reciben obsequios, “ayudas” o incluso dinero de personas con segundas intenciones porque se aprovechan de su necesidad o vulnerabilidad. Una mujer en situación límite puede aceptar lo que venga para sobrevivir. Es muy fácil juzgar desde fuera, pero no conocemos la historia detrás de cada gesto.
Desde el privilegio masculino es sencillo decir: “¿para qué lo recibiste?” Pero quizá esa mujer lo necesitaba. Quizá nunca nadie le había regalado nada. Quizá un simple gesto la hizo sentirse vista. Y sí, las mujeres de hoy pueden estar más alertas, menos ingenuas, pero no por ello menos vulnerables. Eso no ha cambiado. Por eso el discurso de recibir es tan peligroso: no distingue, no matiza, no diferencia entre un regalo de tu pareja, de un amigo, de un familiar… o de un desconocido que cree tener derecho sobre ti solo porque dijiste gracias.
2 — Culpa a la mujer independiente por “atraer” hombres que no la valoran: Aquí te vas a escandalizar tanto como yo. Este punto es el más delirante. Imagina que eres una mujer independiente: tienes tu carrera, tu trabajo, vives sola, tienes tu coche y, aunque no seas millonaria, no necesitas a nadie para sostener tu vida cotidiana. Cuando una mujer es exitosa puede costarle más construir una relación estable. Pero no te confundas, amiga: no es porque tenga “demasiada energía masculina”. Es porque su estándar es más alto. Porque su paz mental y su estabilidad emocional valen más que una relación mediocre. Porque no va a invertir tiempo en alguien que no esté dispuesto a involucrarse tanto como ella.
Y sí, muchas mujeres en el camino nos cruzamos con hombres que mienten, que engañan, que decepcionan, que hieren (cada una sabrá su historia). Pero eso no ocurre porque seamos “poco femeninas”. Eso es la vida. Es experiencia. Casualidad. Aprendizaje. Y no olvidemos algo importante: también sufren mujeres que cumplen a rajatabla el guion tradicional. Las que “hicieron todo bien”, las que se casaron, criaron, sostuvieron, cuidaron. Ellas también han sido traicionadas, lastimadas, silenciadas. ¿O crees que solo las independientes tienen mala suerte en el amor?
El discurso no ataca la independencia directamente, lo hace peor. La ridiculiza. La patologiza. Sugiere que lo correcto es depender, que el amor viene solo cuando entregas el poder. Confunde sumisión con entrega. Confunde validación con amor. Y premia la dependencia como si fuese un acto espiritual de “nutrir la energía femenina”. Todo esto empaquetado en frases como: “Una mujer de verdad se permite ser cuidada sin culpa.” A todas nos gusta que nos cuiden. Casadas, solteras, novias, amantes. Hombres también. El cuidado no tiene género, es vínculo. El problema es fingir que recibir protección es el único camino correcto para ser “mujer”. El problema es que este discurso vuelve a girar la responsabilidad hacia nosotras. Si no te aman, es tu culpa. Si te dejan, es tu energía. Si sufres, estás desequilibrada. Otra vuelta más al mismo eje: la mujer como error corregible. El patriarcado como técnico en ajustes.
3 — Cuidarse y verse bella. Este ya es un cliché. Obviamente no lo presentan como un mandato (¡faltaba más!), sino envuelto en discursos de autocuidado, amor propio, salud física y autoestima elevada. Y ok, a simple vista parece precioso, incluso empoderador. Claro que estoy de acuerdo con arreglarse (si yo soy la primera), y por supuesto que debemos hacerlo por nosotras. Sí: cuando te amas, te ves mejor. Pero no porque te maquilles todos los días. No. Sino porque te tratas con más cariño. Cuidarse no es solo hacer yoga, maquillarse, depilarse, vestirse bien. También es quererte en tus días grises, en tus días sin ganas, en tus días sin brillo. Aceptar que no siempre vas a cumplir estándares, y que tu realidad quizá no te permite ese “estilo de vida” que venden.
Me topé con vídeos que elevan la belleza y el cuidado femenino a símbolo de feminidad. Pero una mujer que no se arregla NO deja de ser mujer. Y claro… al final, ¿a quién beneficia realmente que estemos siempre maquilladas, delgadas, suaves, perfectas, listas? ¿A quién le urge que nos mantengamos arregladitas 24/7? Este discurso no contempla realidades, ni gustos, ni cuerpos, ni circunstancias. Coloca a la mujer “femenina” moralmente por encima de la que no encaja en esa narrativa. ¿Acaso tengo que verme guapa todos los días para ser una mujer completa? El autocuidado no es skincare diario, ni uñas recién hechas. Autocuidado es escucharte. Y muchas veces, escucharte es decir hoy no tengo ganas.
Porque sí, amiga, lo pueden maquillar como quieran, pero arreglarse requiere tiempo, energía y dinero. Verse bella es casi un ritual que empieza en la ducha y termina cuando coges el bolso para salir. Y por más que a muchas nos encante sentirnos preciosas, no siempre existe la motivación, ni la energía, ni el contexto. Por mucho que repitan frases como “toda mujer es hermosa cuando se trata con amor”, la traducción real suele ser: cuando se arregla. Y no te lo pierdas, que ahora incluso hay vídeos diciendo que te arregles “aunque no tengas motivos”. Perdón, pero… ¿desde cuándo ser mujer significa pretender ser una Barbie todos los días?
4 — Empatía: Este es el punto más peligroso (al menos para mí). Disfrazan el servicio de empatía. Estos discursos sugieren que lo femenino es servicial, empático, disponible, que acompaña, sostiene, repara y sana. Porque claro, la mujer debe ser todo para el hombre: mujer, amante, madre, cachifa, psicóloga, cuidadora, enfermera, cocinera y hasta entretenimiento personal. Todo porque a alguien se le ocurrió afirmar que esas son “cualidades de la energía femenina”. ¿Quién decide cuáles son esas supuestas cualidades?
Y claro, todo viene presentado como “ayudar a otros”, lo cual, a primera vista, parece generoso y noble. Y sí, ayudar es hermoso, necesario y humano. Pero… ¿por qué es un rasgo exclusivamente femenino? ¿No debería ser algo que hacemos todos, sin importar el género? La respuesta es simple: no es empatía, es servicio. No es apoyo, es disponibilidad emocional obligatoria.
Porque en esta narrativa, priorizarte se interpreta como falta de empatía. Cuidarte es ego. Elegirte es vanidad. Poner límites es frialdad.
Mi conflicto con estas ideas es que siguen escondiendo roles de género bajo palabras espirituales que suenan bonitas. Que parecen sensatas. Que se disfrazan de amor, pero exigen sacrificio femenino. Es machismo reciclado, con incienso, cuarzos y marketing de conciencia. Lo que nos intentan vender es volver a la casa si la pareja lo requiere. Estar siempre disponibles para el otro: para la pareja, para los hijos, para la familia. Que callar es paz. Que servir es amor. Que agradecer es virtud. Encima de que quieren devolvernos a la cocina, pretenden que lo agradezcamos. ¿Acaso hemos perdido la cabeza?
También refuerzan, dentro del concepto de empatía, la idea de no “hablar mal de nadie”. Traducido: no te quejes, no reclames, no incomodes. Y ojo, no es que yo defienda el chisme por deporte, ni el daño verbal como forma de vida. Pero en estos discursos lo que realmente te están diciendo es que cuides lo que dices para no romper la paz. Que “moderes tu lenguaje”, que “tengas conciencia de tus palabras”. Suena precioso. Elevado. Espiritual. Pero es una invalidación camuflada.
Porque si tu marido te golpea, mejor no lo cuentes. Si vives explotación laboral, no deberías quejarte. Si sientes rabia, injusticia o humillación, mejor cállate para no bajar tu vibración. ¿Ves hacia dónde va esto? No es explícito, nunca lo es. Pero no matiza, no especifica, no diferencia violencia de crítica, límites de negatividad, resistencia de odio. Deja todo lo suficientemente difuso para que creas que debes aplicarlo en todos los aspectos de tu vida. Y así, sin imponer nada de frente, te enseñan a callar.
5 — Ser organizada = ser mujer: Esta es la cualidad cliché de lo femenino. ¿Cuántas veces te dijeron siendo niña que debías ser limpia, ordenada y organizada solo por ser niña? ¿Cuántas veces fuiste a un lugar donde se esperaba que tú ayudaras, pero tu hermano o tu pareja no? ¿Cuántas veces sentiste la presión de tener tu casa impecable solo porque “es lo que se espera de una mujer”? Yo, a todo, digo que sí. Y es que en nuestra cultura, la responsabilidad del hogar, del orden, de la limpieza y de la calidez recae sobre nosotras, y no cuando formamos una familia, sino desde la infancia. Desde pequeñas nos enseñan que así son las niñas.
Y ojo, yo no estoy en contra de enseñar a una niña a ser autosuficiente y saber mantener su espacio. Eso nos da independencia adulta. Mi problema es que a los niños no siempre se les enseña lo mismo. Y luego, el hombre adulto se convierte en alguien funcional fuera de casa, pero torpe y dependiente dentro de ella. A ellos se les prioriza el deporte, las actividades extracurriculares, la exploración del mundo. Si un niño quiere tocar un instrumento, se le apoya. Si una niña quiere lo mismo, también puede suceder… pero no en todos los contextos. Hay entornos donde esa igualdad no existe.
Incluso en países desarrollados, hay comunidades enteras (como muchas familias gitanas, por poner un ejemplo real) donde los roles de género siguen siendo muy marcados. Allí la mujer cuida, organiza, limpia, tiende, ordena. Él provee, decide, ocupa espacio. Esa división se sigue heredando, generación tras generación.
En Latinoamérica (y te hablo desde mi experiencia), la diferencia es aún más evidente. A los niños se les excusa el desorden porque son niños. Se les perdona no saber cocinar, no lavar su ropa, no sostener la casa. Son tareas que automáticamente se asignan a la mujer. Y aunque no todas las familias funcionan así, sí puedo decir que la mayoría todavía reproduce este modelo. ¿No sería mejor enseñar a todos a ser adultos funcionales, sin importar el género?
La trampa de la comunidad
En estos espacios te hacen sentir sostenida y acompañada. Te reciben con brazos abiertos, te escuchan, te nombran “hermana”, te hablan de energía, de luz, de amor. Todo mientras te adoctrinan con suavidad. Mujeres brillantes, con carreras, idiomas, proyectos, han caído en esta red de patriarcado disfrazado de gurú zen. No por ignorancia, sino por hambre emocional. Porque necesitan validación. Porque se sienten solas. Porque el mundo duele y estas narrativas prometen calma.
Y claro, ahí encuentran un discurso que no exige confrontar, que no incomoda, que no pide ruido ni preguntas. Un lugar donde no hay conflicto, donde todo es suave, ordenado, lleno de frases bonitas que dan sensación de paz. Por eso estas estructuras son tan peligrosas: entras al primer curso o taller, te hacen sentir poderosa, capaz, segura, elevada. Sales brillando. Flotando. Con fe renovada.
Pero cuando pasa el efecto… cuando regresas a tu vida real… cuando resurgen miedos, dudas, inseguridades, límites, ira… ¿qué viene después? Otro curso. Otra convención. Otro taller. Otra cuota. Una negocio redondo, ¿verdad?
Toda esta domesticación emocional es la consecuencia directa del avance del feminismo. El machismo no desapareció: aprendió a disfrazarse. Tuvo que colarse en discursos nuevos, más suaves, más “espirituales”, donde aún se nos exige ser sumisas, dulces, complacientes, serviciales, cuidadoras, bellas y organizadas. Un modelo donde la ira, la rabia, la incomodidad y el descontento no encajan en el catálogo de emociones femeninas. Donde “calladita te ves más bonita”sigue siendo el mensaje, solo que ahora recubierto de cuarzos, mantras y terapia energética.
Y no porque todo lo que dicen esté mal, pero sí debemos aprender a detectar desde dónde nos hablan, con qué intención, qué mensaje escondido hay entre líneas. Porque la verdad es mucho más amplia y mucho más humana: la energía femenina también ruge. También muerde. También dice basta. Ser mujer también es ser poderosa, capaz, autosuficiente, inteligente, interesante, líder, matriarca, decidida, emocionalmente madura y bella a nuestra manera. Porque aunque nos quieran convencer de que ser mujer es un paquete de cosas bonitas, sigue siendo un molde: si no encajas, vales menos. Si piensas, si lideras, si decides, entonces “eres masculina”. No. Sigamos defendiendo nuestra libertad, nuestro deseo, nuestro cuerpo, nuestra voz. Porque no necesitamos ser pequeñas para ser sagradas.
¡Nos leemos en el proximo post! 🐍✨
Me encantó mi amor!tus palabras son muy estimulantes y acertadas!!Adelante, siempre adelante👏👏👏👏❤️❤️
ResponderBorrarGracias mi amor!! Gracias por apoyarme y animarme tanto! Me inspiras mucho a seguir❤️
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