Y después de tantos meses de silencio… ¡hoy retomamos la novela del domingo! Perdón por la espera, pero hay tanto ocurriendo en mi vida que me cuesta sacar tiempo. Y claro, a medida que la historia avanza, se vuelve más intensa. Pero tranquila, que no me había olvidado de ella. Solo necesitaba eso que a veces se nos escapa: tiempo… e inspiración.
Quiero agradecer de corazón a todas y todos mis lectores. Me alegra e ilusiona muchísimo saber que mi contenido gusta, y sobre todo, ¡que engancha! (porque cuando la leen… sé que lo hacen del tirón 🫣). Cuando empecé esta novela lo hice sin expectativas, solo por placer. Pero ha gustado más de lo que imaginaba, y por eso (y para no defraudar a mi querida audiencia) he vuelto con un nuevo capítulo. Aquí la historia empieza a tomar un giro interesante… pero tranquila, no hay spoilers. Solo espero que la disfrutes tanto leyéndola como yo al escribirla.
Luego de un apasionado beso, Sabrina abrió los ojos y se encontró con los de Pierre. Podía sentir cómo su corazón palpitaba con fuerza y rapidez. Su sabor, su aroma y su tacto se sentían extrañamente cómodos. Lo miró con ternura, no como solía mirar a sus clientes, con una máscara de sensualidad y simpatía. Esta vez, era otra cosa.
Pierre le besó la frente con dulzura y se movió a un lado para coger las toallas. Sabía que a Sabrina le daba frío estar mojada, así que se dispuso a secarla él mismo. Sentía una necesidad casi irracional de protegerla. La veía frágil, delicada… pero claro, siempre le volvía el recuerdo de quién era: una prostituta.
Ambos salieron del jacuzzi y se acostaron en la cama. Sabrina se tiró primero. Se sentía adicta a esa sensación de ser deseada por Pierre. Él no era un cliente cualquiera: era su cliente.
Pierre se quedó un momento admirando las curvas de Sabrina. Le parecía casi irreal su belleza. Era exótica, angelical, sexy, atrevida. Lo tenía todo. Sentía que se volvía loco por ella. Sin perder más tiempo, se metió en la cama y la abrazó. Comenzó a acariciar sus pechos con dulzura, con esa devoción que se tiene por una obra de arte.
Quería saborearla. No tenía prisa por terminar. Cada beso, cada caricia, cada roce era como un fuego ardiente. Le quemaba por dentro, pero no podía contenerlo. Solo la deseaba. Besarla. Follarla. Acariciarla. Quería sacarla de allí y llevársela a su casa.
Sin perder más tiempo, comenzó a besarla. Besarla se sentía como beber agua en medio de una sequía: le aliviaba el alma. Pierre notaba cómo su erección se hinchaba con cada beso. El fuego que le encendía al besarla era tan intenso que sentía estar ardiendo en el mismo infierno. Pero no le importaba. Nadie lo había hecho sentir tan vivo en muchos años. Sentía algo. No sabía exactamente qué, pero lo sentía.
Sabrina se sumergió en sus labios, dejándose cautivar por su lengua. Besarlo le parecía exquisito. No le daba miedo tocarlo: su cabello, su cuello, sus brazos. Lo deseaba. No le importaba que fuera su cliente; cuando él la tocaba, ella se excitaba de verdad. Le encantaba cómo la hacía sentir, cómo la deseaba. Se sentía especial.
Comenzó a notar su erección, y eso la encendió aún más. Su pene enorme era un manjar, una gloria hecha carne. Le excitaba poder sentirlo de nuevo: tan duro, tan firme, tan grande... No había olvidado su última vez con él, ni cómo la hizo correrse una y otra vez, sin parar. Ese pene, que además le pagaba por estar con ella, se sentía como una pequeña recompensa en una vida de mierda.
Una vida en la que hombres casados pero infieles, viejos, feos, gordos, apestosos y hasta raros se acostaban con ella. La tocaban, la manoseaban, la usaban. Ese trabajo le estaba mermando la autoestima, y no podía evitarlo. No mientras siguiera yendo a la casa. No mientras siguiera dejándose tocar.
Pero Pierre... Pierre era otra cosa.
Él la hacía volar. La hacía olvidarse de sus problemas, de sus deudas, de su pasado. Él era un salvavidas en medio del mar. No la salvaba, pero al menos la dejaba respirar.
Pierre bajó hasta los pechos de Sabrina. Necesitaba besarlos, chuparlos, sentirlos. Sus pechos lo volvían loco. Soñaba con ellos. No pudo evitar frotar su erección contra su cuerpo. Su deseo crecía sin freno.
Mientras besaba sus pezones con hambre, deslizó su mano derecha hacia su sexo. Se encontró con que ya estaba húmeda. Eso le hizo sonreír. Le daba placer verla excitada. Aunque le estaba pagando, saber que Sabrina disfrutaba estar con él era un pequeño consuelo. Lo hacía sentir menos cliente, más amante.
Sabrina jadeó de placer mientras Pierre le acariciaba el clítoris, ya mojado y sensible. Le excitaba muchísimo que le chupara los pechos mientras la masturbaba. Sabía hacerlo tan bien... era como si la conociera de toda la vida. Como si supiera exactamente dónde tocarla, cómo mover sus dedos, cómo alternar suavidad y firmeza. Le daba un placer tan preciso que parecía estudiado.
Comenzó a mover la pelvis, pidiendo más. Estaba muy excitada y no podía ignorar la presión de su erección. Pero Pierre no tenía prisa. Introdujo sus dedos en su vagina con suavidad, y subió a su cara para seguir besándola en la boca. No quería perderse sus besos embriagadores.
Su vagina estaba tan apretada, tan caliente… que al sentir lo estrecha que estaba, su erección se hinchó aún más. La deseaba con locura. La besó con hambre, con excitación. Como si quisiera devorarla. Sus besos pasaron de ser tiernos a volverse salvajes. Eran como dos animales, dominados por el instinto, por el deseo, por algo más fuerte que ellos.
Sabrina notó el cambio de ritmo y se excitó aún más. Estaba tan mojada, tan al límite, que no podía dejar de mover su pelvis contra la mano de Pierre. Se sentía delicioso. Notaba cómo la tensión se acumulaba en su vientre, en su clítoris, en cada célula de su cuerpo.
Su respiración se volvió más agitada, y sus gemidos empezaron a escucharse por toda la casa, claros, ruidosos, reales. Abrazó a Pierre con fuerza, justo cuando el orgasmo llegó. Se sintió como una ola caliente que la arrasaba, la sacudía, la rompía por dentro. Gritó, sin vergüenza. No había nadie más en el mundo. Solo ellos dos.
Al notar el primer orgasmo de Sabrina, Pierre decidió sumergirse en su sexo. Era su plato favorito, un manjar. Quería perderse en su néctar, en su miel. Su olor, su sabor, su textura… todo lo excitaba.
Bajó el rostro y lo hundió entre las piernas de Sabrina. Quería que ella disfrutara, que se corriera de nuevo, para él, por él. Necesitaba sentir su placer, olerlo, saborearlo. La había echado tanto de menos que meterse en su sexo no era una opción: era una necesidad.
Con movimientos suaves pero rítmicos comenzó a lamerle el clítoris. Podía notar cómo ella movía la pelvis, pidiendo más. Y él se lo daba.
Sabrina estaba completamente abierta de piernas sobre la cama, con la cara de Pierre hundida en su sexo. Sentía su lengua húmeda, decidida, generosa. Era amable, pero firme. El placer era exquisito.
El oral que Pierre le hacía no tenía nada que ver con las chupadas torpes y egoístas de muchos de sus otros clientes. Ellos no eran delicados. No eran respetuosos. Más de una vez sintió escalofríos de asco al ser “chupada” como si fuera una paleta, algo que se consume sin cuidado.
Con Pierre era distinto. Él no la consumía, la adoraba.
Otro orgasmo se avecinaba. Sabrina comenzó a jadear de placer. Cogió con sus manos la cabeza de Pierre y la acercó más a su sexo. Quería que la devorara, que la saboreara en todo su esplendor, en todo su placer. Su ritmo cardíaco se aceleró, su respiración se hizo más pesada… y entonces, llegó el orgasmo. Sus piernas temblaron y sus gemidos se escucharon con furia en la habitación de al lado.
—¡Oh que rico!— clamaba Sabrina por el placer que Pierre le acaba de regalar.
Pierre, al notar que Sabrina se corría, bajó el ritmo. Solo le dio besos suaves sobre la vulva. Le encantaba verla correrse. Se veía tan hermosa, tan sensual. Le parecía la mujer más bella que había conocido jamás. La observó atentamente mientras se recuperaba del éxtasis. Su respiración era pesada, agitada… y eso lo hacía sentir satisfecho. Porque la respiración no se puede fingir. Él lo sabía de sobra: todas las semanas, desde hacía cuatro años, visitaba la casa. Y ya había aprendido a reconocer el placer real del fingido.
Sabrina notó su mirada y, con una risa coqueta, le preguntó: —¿Qué tanto me miras? ¿Se te perdió una igualita a mí?—
—Es que eres tan hermosa... —le dijo Pierre, completamente embelesado por ella. No se daba cuenta de cómo la estaba mirando, con una profunda cercanía. La veía no solo hermosa, sino valiente y frágil a la vez. No se daba cuenta de que la estaba viendo con ternura... con amor.
Sabrina, al notar su mirada, sintió una punzada en el pecho. No entendía lo que estaba pasando, pero su corazón comenzó a latir con fuerza. Nadie la había mirado así jamás. Con esa calidez, esa luz, esa ternura. —¿Por qué me está mirando así? —pensó, confundida. La hacía sentir a gusto... pero también incómoda. Demasiado vista. Demasiado desnuda.
Necesitaba retomar el control, así que se acercó a Pierre y le plantó un beso. Lo deseaba de verdad, pero esa mirada había tocado algo más profundo que el deseo. Había tocado su corazón. Se sentía demasiado vulnerable como para pensar con claridad, así que besarlo fue la mejor forma de volver al trato.
Pierre la tomó de la cintura y la atrajo hacia él. Necesitaba sentirla. Se atrevió a hacer algo impensable: quería penetrarla sin condón. No le importaba que fuera una prostituta. Quería probarla de verdad. Sin barreras. Solo piel con piel. Juntos. Intentó que Sabrina se sentara encima de él y abriera las piernas.
Pero Sabrina, que conocía perfectamente ese tipo de movimientos, se alejó de inmediato.
—¿No estás olvidando algo importante? — le preguntó con ironía, usando ese tono que aparentaba amabilidad pero rebosaba sarcasmo.
—Sí, lo siento… es que me gustas mucho, y pensaba que podíamos probar…— soltó Pierre, intentando allanar el terreno para acercarse más a ella.
—Aquí está prohibido quitarnos el condón — lo cortó Sabrina, con un tono más serio. No quería que confundiera las cosas. Ella no sabía nada de él. Seguía siendo un cliente.
Pierre se levantó de la cama y fue hasta su mochila. Sacó una tira de tres condones extragrandes, cogió uno y dejó los otros dos sobre la mesita de noche. Abrió el paquete y se lo colocó él mismo, en silencio.
Sabrina lo observaba atentamente. Sus rasgos se suavizaron al ver que Pierre sacaba el condón. Le dio alivio no tener que discutir más. Lo llamó con la mano hacia la cama.
Pierre se acercó y le plantó otro beso. No necesitaban más palabras, solo besos. Al principio fueron tiernos, amables… pero poco a poco se volvieron más posesivos, más pasionales, más salvajes.
Sabrina tenía ganas de más. Deseaba sentirlo dentro de ella. Aún recordaba cuánto placer le había dado la última vez. Se colgó de él, abrazándolo con fuerza. Se sentía embriagada por sus besos. Lo deseaba. Lo necesitaba.
Pierre, sin perder más tiempo, la recostó sobre la cama. Le abrió las piernas y se colocó frente a ella. Comenzó a penetrarla lentamente. Sin prisa, pero con hambre. No pudo evitar sentirse extremadamente excitado por lo apretada y mojada que estaba. Para él, era como estar en el paraíso.
Sabrina comenzó a jadear de placer en cuanto lo sintió dentro. Su pene, tan duro y tan grande, era exactamente lo que quería en ese momento. Era su pequeña burbuja de felicidad.
Pierre fue acelerando el ritmo conforme su excitación aumentaba. Notó cómo el cuerpo de Sabrina comenzaba a temblar. Sabía que estaba cerca de otro orgasmo. Entonces, empezó a acariciarle el clítoris con el pulgar derecho, dándole ese toque extra de placer.
Y fue como apretar un botón. Sabrina se corrió. El orgasmo le explotó en la cabeza. Amaba cómo él la hacía sentir con su cuerpo. Le daba tanto placer… tanto, que por un momento se le olvidaba el mundo.
¿Quieres saber cómo continúa? Descúbrelo un próximo domingo...
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