jueves, 17 de abril de 2025

La Lujuria... ¿un verdadero pecado?

    Aprovechando la ocasión (ya sabes que yo no dejo pasar una), me gustaría hablarte de uno de los siete pecados capitales más polémicos: la lujuria. ¿Por qué algo tan natural es considerado "pecado"? Acompáñame esta semana a reflexionar sobre cómo la Iglesia ha dictaminado la moral y el comportamiento humano a lo largo de los años. ¿No te parece curioso que, en casi todas las religiones, se demonice la sexualidad y los deseos carnales de sus seguidores (especialmente de las mujeres)? No es casualidad que en muchas de ellas el sexo se vea solo como un medio para procrear, y que las mujeres deban seguir un código de vestimenta para no "despertar" el deseo en los hombres. ¿Tú consideras a la lujuria un pecado?

Primero necesitamos entender qué es la lujuria, y para eso vamos a citar a la propia Biblia para ver qué nos dice al respecto: «Huid de la fornicación. Todo pecado que un hombre comete queda fuera de su cuerpo; pero el que fornica peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?» (1 Corintios 6:18-19). Aclaro que no quiero ofender a nadie citando la Biblia, pero me gusta ir a la fuente principal para entender bien todo lo que vino después. La cita termina con una pregunta que me hace mucho ruido, porque nos dice que nuestro cuerpo no es nuestro, que no nos pertenece.

¿Y en qué momento pensar algo o creer en algo borra automáticamente nuestra naturalidad? El deseo sexual es natural. Todos los animales sentimos el impulso de mantener relaciones íntimas, pero es verdad que somos de las pocas especies con la capacidad de disfrutar del acto reproductivo. Entonces, ¿por qué deberíamos renunciar a nuestro deseo? ¿Por qué privarnos del derecho (sí, derecho) que tenemos, solo por estar vivos, de disfrutar de nuestro cuerpo? Quizá las razones no sean simplemente “cuidarnos” o “respetar” la religión. ¿No te parece curioso que, en prácticamente todas las religiones, la lujuria o el deseo sexual se consideren algo negativo, peligroso o incluso causante de sufrimiento para la humanidad?

Desde la primera frase de la cita se nos dice que hay que huir de la fornicación. Pero, ¿qué es la fornicación? Para la religión católica, se define como las relaciones sexuales que se mantienen fuera del matrimonio. Es decir, todo lo que haces en la cama antes de casarte. No se te invita a reflexionar, ni a comprender tu deseo, ni a gestionarlo… sino a escapar. La sexualidad, en lugar de ser vista como una parte natural del ser humano, es señalada como un enemigo al que debes esquivar. Algo por lo que deberías sentir vergüenza incluso de pensarlo (ya que, en esta y en muchas otras religiones, no solo se castiga lo que haces, sino también lo que piensas). Y así, el deseo deja de ser parte de tu humanidad y se convierte en una amenaza moral. ¿Cómo no crecer con culpa si te enseñan que hasta tus pensamientos son pecado?

Luego viene lo más curioso: se establece que este pecado es diferente a los demás. No ocurre “fuera del cuerpo”, como mentir o robar, sino que actúa contra ti misma. Es como si el placer sexual tuviera un poder oscuro, capaz de contaminarte desde adentro. ¿Pero no es el placer, en realidad, una manifestación de vida, de salud, de bienestar? Es como si sentir placer y disfrutar de tu cuerpo fuera hacerte daño a ti misma. Después llega una metáfora muy común en la doctrina cristiana: “vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”. Suena bonito, sí. Pero no es tan inocente. Porque si tu cuerpo es un templo (de un tercero, en este caso, el Espíritu Santo), entonces no te pertenece. No puedes usarlo libremente. No puedes decidir por ti misma. Debes cuidarlo, no por ti, sino porque “es de Dios”.

Y ahí está el verdadero golpe de esta cita: “No sois vuestros.” Se nos dice, literalmente, que no somos dueñas de nuestro cuerpo. Que nuestra carne, nuestros deseos, nuestras pasiones… no son realmente nuestras. Como si nuestra propia naturaleza fuera nuestra enemiga, aquella que debemos eliminar a toda costa. Y desde ahí se ha construido toda una narrativa que ha servido para reprimir, castigar, avergonzar y controlar la sexualidad humana, especialmente la femenina. Porque, seamos sinceras, ¿a quién se le ha enseñado más a “huir del pecado”? ¿Quién ha tenido que cubrirse, callarse, bajarse la falda, cerrar las piernas y agachar la cabeza? 

Ya lo dijimos en un viejo post: a nosotras se nos controla el cuerpo y la sexualidad mucho más que a los hombres. No podemos decidir libremente sobre nuestra maternidad (basta mirar las restricciones en materia reproductiva y aborto), debemos comportarnos “como señoritas”, ser dulces y complacientes, pero al mismo tiempo castas y puras. Todo para encajar en un molde que ni siquiera nosotras construimos. No se nos pide opinión; por el contrario, se nos utiliza: para cuidar, para satisfacer, para desfogar y para reproducirnos. Se nos ha considerado un objeto. Nos han robado nuestra humanidad durante tantos años, y, aún así, esperan que demos las gracias y que nos sintamos afortunadas por ser parte del "plan" de Dios.

Lo que resulta aún más impactante es la doble moral que perpetúa la misma institución que demoniza el placer y la sexualidad. Mientras predican la castidad y condenan el deseo, dentro de sus propias paredes, el abuso y la hipocresía han sido sistemáticos. Los mismos sacerdotes que enseñan sobre la pureza y la disciplina sexual son los que han abusado de su poder, violando a aquellos a quienes se les supone que deben proteger. Las monjas han sufrido durante años estos abusos, pero además (y no conformes con solo despojarlas de su dignidad) han sido fuertemente silenciadas (hasta con su propia vida) para que no se ponga en duda la castidad ni la pureza de la institución a la pertenecen (Abuso sexual de monjas en la Iglesia católica: "Antes de ser abusada sexualmente fui abusada espiritualmente" - BBC News Mundo).

Y ya ni te digo sobre los casos de abusos contra niñas y niños que han sido denunciados en tiempos recientes (pero que siendo honestas, siempre han estado ahí). Y aún así, mantienen su "autoridad moral", dictando reglas sobre lo que debes o no hacer con tu cuerpo, mientras ellos mismos no siguen las normas que imponen. 

Este sistema no solo corrompe a los individuos, sino que perpetúa una cultura de culpa, represión y silenciamiento. Nos enseñan a temer al deseo, pero se olvidan de enseñarnos sobre el respeto, la responsabilidad y el consentimiento. Y todo se germina desde los colegios religiosos, el hogar y las iglesias. Quizá por eso el placer libre y consciente sea tan peligroso para ellos: porque empodera. Y cuando una mujer se empodera, ya no hay vuelta atrás. Ya no somos simplemente cuerpos a controlar, sino seres autónomos, conscientes de nuestra sexualidad, de nuestra identidad y de nuestra capacidad para transformar el mundo. Ese es el verdadero desafío: el miedo de que nosotras, como mujeres, finalmente tomemos las riendas de nuestra vida, de nuestra sexualidad y de nuestra libertad.

Por eso no hay sacerdotisas ni curas femeninas (al menos no hasta tiempos muy recientes, y más que nada en algunas iglesias protestantes), porque no conciben que una mujer pueda dictaminar cómo deben ser, actuar o incluso pensar. Las religiones, en general, se han encargado de colocar a la mujer por debajo de la figura del hombre, prolongando así un sistema de poder patriarcal que nos limita en derechos, decisiones y libertades. Por eso las fieles que sirven a la Iglesia deben ocultar su cuerpo, su cabello, y comportarse como “sirvientas”; pero no de Dios, sino de una institución que las considera menos que a los hombres. ¿Acaso eso es el amor que tanto predican? ¿Acaso eso es espiritualidad? Porque si para estar cerca de Dios tengo que anularme como mujer, entonces ese dios no es el mío. Yo no quiero una fe que me pida obediencia ciega, ni vergüenza, ni silencio. Quiero una espiritualidad que me abrace como soy: deseante, libre y profundamente humana.

Y bueno, como hemos visto, la lujuria, ese pecado tan demonizado, es básicamente un constructo externo, diseñado por una institución para mantenernos en silencio, avergonzadas y, encima, conformes con una moral que no elegimos, que se nos impuso. A las mujeres se nos ha negado tanto a lo largo de los siglos, pero sobre todo la libertad de vivir sin miedo a nuestros deseos, a nuestra sensualidad, a nuestro cuerpo. Quizá ha llegado el momento de cuestionar no solo la idea del pecado, sino también a quienes lo inventaron. De dejar de aceptar como verdad divina lo que, en realidad, son estructuras humanas, creadas para controlar cuerpos y deseos, especialmente los de las mujeres. 

Una mujer desobediente es aquella que deja de esconderse, aquella que se apodera de su placer, para no solo reivindicar el goce, sino para desafiar siglos de opresión, de control y de abuso. Y si alguna vez te encuentras culpándote por algo tan humano como desear, recuerda: la libertad empieza cuando te permites vivir en tu cuerpo, sin vergüenza, sin miedo y, sobre todo, sin pedir permiso.

¡Nos leemos en el próximo post!😉

Fuentes para esta entrada:

Pecadoras capitales: los siete pecados capitales desde la crítica feminista

Lujuria [Los siete pecados capitales] - Daniel Méndez

“Sacaría la lujuria de los pecados capitales y metería otros; creo que follar no es ningún pecado”

Lujuria (Qué es y Significado bíblico) - Enciclopedia Significados


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