jueves, 5 de diciembre de 2024

Bloopers sexuales (risas garantizadas)


    Estamos en el mejor mes del año (¡y cómo no, si es el mes en el que cumplo años!) y claro, con las fechas festivas acercándose, no podíamos empezar este mes de mejor manera que con anécdotas en las que seguro te sentirás identificada. El sexo puede ser apasionado, tierno, salvaje... ¡y a veces simplemente un desastre! Siempre esperamos que todo sea o muy romántico (estilo Hollywood) o muy ‘porno’, lo que termina haciendo que nos avergoncemos de los momentos más naturales. Pero, ¿y si te digo que esas anécdotas ‘vergonzosas’ o ‘graciosas’ son mucho más comunes de lo que crees? Ya sea un polvo del que prefieres no acordarte o algún momento hilarante con tu pareja, las risas y los momentos incómodos también forman parte del sexo. Esta semana voy a compartirte mis momentos más graciosos, y espero que tú me cuentes si te ha pasado alguno de ellos. ¿Te ríes muy a menudo cuando tienes relaciones?

Tropezarse, acalambrarse, golpearse, caerse e incluso ahogarse (¡con tu propia saliva!) son solo algunos de los momentos más comunes cuando estamos intimando (y seguro que hay muchos más). ¡A mí me ha pasado de todo! Pero lo mejor es que hoy puedo reírme de esas experiencias y contártelas para que te rías conmigo. (Y no te preocupes, las historias son completamente anónimas, aunque estén basadas en mis vivencias). Lo importante es que esos pequeños momentos incómodos nos dejan las mejores risas y anécdotas para contar.

Hace algunos años, cuando vivía en Argentina, solía ir con frecuencia a un bar muy popular en la zona. Estaba tan cerca de mi casa que me iba caminando. De tanto ir, un día conocí a unos chicos: eran dos amigos. Uno de ellos era rubio y el otro moreno, lo que los hacía una dupla bastante curiosa. Ambos eran guapos, pero el moreno lo era mucho más. Jugaba béisbol en esa época, así que le llamaremos Jon Ronson. A pesar de que estaba en muy buena forma física, no me atrajo al principio, ya que yo soy más de rubios. Sin embargo, me cayó muy bien, y terminamos saliendo varias veces para charlar y tomarnos unas cervezas. Un día, mientras bebíamos vino en su casa, me puse un poco coqueta y terminamos intimando, ya sabes, algo casual entre amigos (guiño, guiño). Todo iba perfecto hasta que llegó el final. Jon Ronson resultó ser un gritón. En el momento de correrse, soltó una serie de gritos guturales a todo pulmón, como si estuviera en un concierto de death metal. Yo, por supuesto, me quedé con una cara de ¿esto me está pasando?, como el meme de Nick Young. Después de eso, quedamos un par de veces más, y siempre era lo mismo. Cada vez que llegaba el momento, mi cara era un poema; entre sorpresa y resignación.

¿Qué aprendí de esto? Que no todo lo que brilla es oro. A veces, lo que parece una relación divertida y sin compromiso tiene sorpresas que no esperabas, y no precisamente de las buenas. No digo que los gritos en la cama sean un motivo de peso para cortar con alguien, pero si te hacen más ruido (literal y figurado) de lo que deberían, pues es hora de replanteártelo. Al final, siempre puede haber algo que te haga ver a alguien con otros ojos, incluso después de las mejores primeras impresiones.

Esta historia me pasó en Venezuela. Un día quedé con un chico al que llamaremos Mr. Despreocupado en un hotel. Soy una gran fan de los hoteles, tienen una vibra única que ningún otro lugar tiene. Dan mucho juego y hacen que la imaginación se desate. Bueno, el caso es que con Mr. Despreocupado nos metimos en la ducha, un jacuzzi de hidromasaje. La cosa se calentó bastante, pero antes de empezar, le detuve y le pedí que se pusiera el condón. En ese momento, él saltó de la ducha como si estuviera compitiendo en los 100 metros planos, tan emocionado que olvidó secarse los pies. Dio un par de pasos y ¡zas! Se resbaló con la losa del baño y cayó de espaldas en un platanazo épico digno de America’s Funniest Videos. La escena fue tan absurda que empecé a ahogarme con mi propia saliva de tanto reír. Por supuesto, le alcancé una toalla y le pregunté si estaba bien. Mr. Despreocupado se levantó sin fracturas, pero el verdadero golpe fue directo a su ego. Pasamos toda la noche riéndonos de su “hazaña” y de lo irónico que fue su intento de heroísmo.

Al final, creo que los momentos que más se quedan con nosotras son estos: los que empiezan con risas inesperadas y terminan con una buena historia para contar. Y como siempre digo, no se trata de lo que pasa, sino de cómo lo manejamos: ¿con seriedad o con una sonrisa? (Aunque, entre nosotras, espero que la próxima vez él piense dos veces antes de saltar como un ninja en un baño resbaladizo).

¿Te ha pasado que has tenido mascotas de testigos? Ya sean tuyas o de la persona con la que te estás enrollando, parece que siempre están ahí, observando como pequeños voyeurs peludos, disfrutando de un espectáculo privado (o eso parece). En mi caso, era algo común en mi casa con mi gato y mis perros; no lo voy a negar, a veces me cortaba un poco. Pero la anécdota más loca fue en el piso de un chico que conocí por Tinder (aquí en España), al que llamaremos Mr. Doggy Style. Quedamos en su casa y, como estaba en plena mudanza, apenas tenía muebles. Todo bien, la química fluía, estábamos en plena acción, cuando, de repente, algo detrás de mí quiso unirse a la fiesta: ¡el perro! Así como lo lees, el perro intentó montarme como si fuera su turno. ¿Qué puedo decir? Al menos él y su dueño compartían los mismos gustos.

Por suerte, logré esquivarlo antes de que se uniera oficialmente al "team". Eso sí, no pude evitar soltar una carcajada mientras intentaba recomponerme. Lo curioso es que, después de la interrupción, el perro se quedó mirándonos con cara de juicio, como diciendo: "¿En serio me van a dejar por fuera?". Ese momento se quedó grabado en mi memoria como una de las interrupciones más raras (y graciosas) que he vivido. Porque, al final, son estas situaciones inesperadas las que hacen que todo sea menos perfecto, pero mucho más memorable. Así que, ya sabes, si tienes mascotas cerca, ríete, ármate de paciencia y ten en cuenta que, para ellas, eres la estrella de su reality show.

Dime que a ti también se te ha acalambrado alguna pierna en pleno acto. Vamos, no te hagas la seria, porque esto le pasa hasta a los mejores. Es más común de lo que parece, y no importa si el chico es un fit lover o el rey de la comida rápida y el sofá; en algún momento, todos hemos tenido esa visita inesperada del calambre. A mí me ha pasado más de una vez, y lo mejor de todo es la reacción: primero la cara de “WTF, (¿qué está pasando?)”, seguida de ese momento de tensión donde intentas estirarte o cambiar de posición sin romper la magia. Y, por supuesto, el inevitable ataque de risa cuando todo pasa, como si fuera parte del ritual. A veces incluso terminas dándole un masaje “terapéutico” (y no lo digo solo por el calambre, guiño, guiño).

Lo curioso es que esos pequeños momentos incómodos son los que realmente nos sacan una sonrisa después. Porque, yo no sé tú pero, para mí la perfección está sobrevalorada. Lo que importa es aprender a disfrutar hasta de los fails de la vida (o del amor), y nada mejor que un buen calambre para recordarnos que reírnos de nosotras mismas es, en definitiva, el mejor antídoto para cualquier situación.

Y bueno, hablemos de los ruidos. Porque sí, el porno nos ha hecho creer que durante el sexo solo se escuchan gemidos dignos de ópera y ese clásico sonido de piel contra piel. Pero, amigas, la realidad es otra y mucho más entretenida. Uno de los grandes clásicos son los ruidos que hace la vagina cuando se llena de aire. No sé cuántas veces algún chico ha soltado una risita nerviosa pensando que eran pedos. Y vale, sí, puede sonar gracioso, pero spoiler alert: ¡no son pedos! Ahora, lo interesante viene cuando los ruidos los hacen ellos. Porque, ¿qué excusa van a sacar? ¿"Es aire de mi pene"? Lo dudo.

El sexo real está lleno de sonidos inesperados: colchones que rechinan, cuerpos que chocan y risas espontáneas. Y ahí está la magia. Esos pequeños momentos que nos sacan una carcajada también nos recuerdan que, en la cama, no todo tiene que ser como en las películas. Somos humanos, con nuestras imperfecciones y ruidos raros incluidos. Así que la próxima vez que algo suene extraño, ríete. Porque no hay nada más auténtico que aceptar que la intimidad también tiene su lado cómico. Al final, esos sonidos únicos son los que hacen que nuestras experiencias sean más reales y, por qué no, mucho más divertidas.

No podemos dejar de lado esos momentos épicos en los que la torpeza se adueña de la situación. Ya sabes, esos tropiezos, caídas o golpes inesperados que te sacan de la zona sexy y te lanzan directo al modo payasa. A mí me han pasado más veces de las que quisiera admitir, sobre todo con Don Besucón (aunque siendo sincera, ya soy torpe por naturaleza). Una vez, estábamos en el coche, tonteando como dos adolescentes, y de repente, ¡pum! Me di un buen golpe en la cabeza con el techo. Qué show. Otro clásico: acalambrarme en el peor momento o golpearme con la cama mientras intentaba "ponerle drama" a la escena. Pero, sin duda, la más épica fue cuando Don Besucón, tan metido en el momento (y muy confiado en su fluidez), tomó... el camino equivocado. ¡Ups! Ahí se acabó la fiesta por un rato, entre risas nerviosas y un ouch de mi parte.

Y es que, al final, estos momentos torpes son los que nos bajan de las nubes del porno idealizado y nos recuerdan que el sexo real es humano, imperfecto y, muchas veces, hilarante. Con Don Besucón, esos mini desastres nos han unido más, porque siempre terminamos muertos de la risa. El sexo no necesita seguir un guion perfecto para ser especial. De hecho, son las pausas inesperadas y las carcajadas las que le dan ese toque único. Así que, la próxima vez que te tropieces, te acalambras o tomes un "camino equivocado", relájate. Esas caídas y golpes son parte del juego, y a veces, la vulnerabilidad y el humor son los mejores aliados en la seducción. Porque no se trata solo de cómo empieza la escena, sino de cómo te ríes mientras la vives.

La vida es mucho más sencilla cuando te ríes, y a mí me encanta reírme de mí misma. Al final, entiendo que la perfección no existe, y eso le pasa a cualquiera, ¿verdad? Así que, por favor, no te avergüences cuando algo no fluya o te pase algo gracioso, ¡es parte del paquete! Tropezarse de vez en cuando es casi obligatorio. Y si además tienes la suerte de tropezarte con alguien que también se ría de sus propios bloopers (¡incluso en el sexo!), ¡lotería! Encontrar a alguien que se ría contigo, que te quiera tal cual eres (incluso cuando eres un poquito torpe como yo), simplemente no tiene precio. Mientras tanto, si aún no lo has encontrado, ríete de la vida, de ti misma, y de todos esos momentos "inolvidables" que nos hacen humanos. ¿Tienes alguna anécdota graciosa que quieras contarme? (Recuerda que puedes comentar de forma anónima, ¡sin vergüenza!) ¿Te has sentido identificada con alguna de las mías? Espero que te hayas reído al menos con alguna. Y no olvides: un buen tropezón nunca está de más, ¡siempre se convierte en un buen chisme que contar!

¡Nos leemos en el próximo post!🤡😜

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2 comentarios:

  1. Jajaja jajajaja excelente mami me hiciste reír ♥️♥️ Dios te bendiga mi flaca hermosa 🙏🙏

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